Ayer fui a ver a una amiga a la clínica después de su operación. A pesar que todo fue un éxito la pobre se sentía horrible. No hablaba mucho porque cualquier movimiento le provocaba nauseas a causa de la anestesia, además le dolía la cabeza y estaba con oxigeno y suero. Cuando me acerque a su lado me miro como diciendo "me siento morir". Creo que en ese momento lo único que ella deseaba era estar sola con una enfermera que la salvaguardara ante cualquier requerimiento. Entendí que era mejor dejarla descansar. Yo nunca he tenido la experiencia de alguna operación importante. Bueno hubo una cirugía cuando tenía como dos años pero como ya es imaginable no me acuerdo de nada. La verdad, me da terror pensar en una situación de quirófano. Tengo un trauma que aludo se debió originar por una dramática experiencia vivida en mi niñez. Resulta que durante mis ocho años de edad yo sufrí de Tifus. En el proceso de descubrir el diagnóstico de mis malestares estomacales tuve que ir a realizarme un normal exámen de sangre. Como siempre asistí a este trámite en compañía de mi mamita Lina (mi abuelita, que en paz descanse)y llegado mi turno el primer paso como ya han de saber, fue descubrirme el brazo derecho para la extración de sangre, luego me enterraron la aguja pero por alguna razón mis venas se escondían y no lograban extraer lo suficiente. Esto ya me estaba resultando incómodo pero tuve que acceder a despejar mi brazo izquierdo para seguir en el intento. Pese a la insistencia de la enfermera mis venas tampoco permitieron terminar con el proceso, sin embargo, la especialista no se dio por vencida fue en busca de una colega y de pronto me tomaron, me sentaron en la camilla pero esta vez boca abajo. La idea era intentar sacarme sangre del cuello. Esta situación ya era demasiado para mi por lo que decidí romper en llanto ante lo cual mi abuelita desesperada por mi incomoda situación trataba de socorrerme, sin embargo, las enfermeras le decían "déjela que llore porque nos facilita la extracción". Claro, mientras más lloraba, más se me hinchaba la vena y más posibilidades tenían las especialista de terminar su trabajo. Pero sacarme sangre del cuello era mucho para mi, asique ante la frase de la enfermera decidí callar mi llanto y mantener silencio, actitud que llevo a que mis venas se volvieran a esconder y no pudieran finalizar el proceso con éxito. A esas alturas yo lo único que quería era salir arrancando, sentía que me tenían encadenada con el fin de sacarme sangre hasta vaciarme. Las enfermeras parecían desafiadas por la situación, por lo que decidieron dar otro golpe. Me tomaron los pies y me los amarraron a la camilla,la idea era extraerme sangre del empeine de cada pie con una aguja que tenía forma de mariposa. La verdad era mucho, yo gritaba como loca, me parecía una tortura. Mis pies quedaron todos picoteados y aún así no pudieron sacarme lo suficiente. Cuado las enfermeras, presas de una insistencia por terminar lo empezado, buscaron otra vez las amarras para sujetar esta vez mis manos. Pero mi desesperación y mi mirada de súplica pudo más y mi abuelita decidió desatarme y sacarme de ese infierno, pese a la negartiva de las insensibles enfermeras. Desde aqui en adelante nunca me he vuelto hacer un exámen de sangre y la verdad es que imaginar volver a vivir algo parecido me provoca mucha incomodidad. Sin embargo, lo único que sería capaz de romper las cadenas de mi trauma es una futura situación de maternidad. Para esto no me quedaría otra cosa que estar dispuesta a pelear con mis más profundos miedos y debilidades. Finalmente, no me queda más que desearle a mi amiga la mejor recuperación y todo el éxito del mundo frente a lo que se espera de aquí para adelante. ¡Ah! y ojo con las enfermeras torturadoras que andan por ahí...